Jorge «torta» Pereyra: «Desde que empecé con el boxeo dejé de ser un tipo violento”
Sin querer queriendo me encontré charlando con Jorge Pereyra, ex boxeador, comunista, instructor de boxeo, aventurero. Supe al instante que tenía frente a mí un personaje digno de ser conversado. Un tipo que se tiró al mar en Brasil en una balsita y navegó 5 meses parando en tribus aborígenes. Un tipo que con el humilde auspicio de la Gomería de Dardo Bochatay tiró a la lona a Látigo Coggi, a quien le ganó por puntos. Y como si fuera poco es comunista, en Arrecifes.
Suficiente, lo invité a la radio y le saqué lo mejor que pude.
“A los quince años comencé a boxear, en esa época se peleaba 3 veces por semana”, arrancó contando sobre sus años de pibito en la década del ´70. “Era arquero del club Defensores de Salto, y ustedes imaginarán que cada vez que había una riña yo estaba metido peleando, por eso empecé con el boxeo. A los pocos días de entrenamiento gané mi primer combate por Knockout”, recuerda.
Su pasado dentro del cuadrilátero lo tuvo como uno de los hombres de renombre en el Luna Park, nada más ni nada menos. Su carrera amateur comenzó con 14 peleas ganadas, y los parlantes lo anunciaban como promesa de show, por su coraje para ir al frente en cada pelea. “Los rivales de la zona no querían combatir conmigo, entonces empezaron a traer boxeadores del Luna Park y los mejores clubes de box. Llegué al Luna Park con 102 peleas, 78 ganadas”, rememora con la sapiencia de aquél que vivió todo.
Su origen no es similar al de Rocky, no tuvo una infancia con necesidades insatisfechas. “Vengo de una familia trabajadora, teníamos comida porque vivíamos con animales. Quizás nos hayan faltado las comodidades que tienen otros chicos, pero no fue una infancia dura por eso”, reflexiona Jorge “torta” Pereyra. “Tampoco tuve buen genio, era salidor, trasnochador, peleador en la calle. Mi papá no era así, mis hermanos tampoco. El boxeo me cambió mi modo de vida, por eso inculco a los chicos eso, para que descarguen sus nervios, lo cotidiano, en el boxeo. Desde que empecé con el boxeo dejé de ser un tipo violento”, asegura con autocrítica.
Su abuela era comunista, su padre peronista de izquierda. Influenciado por ambos a los 17 años entró a militar al Partido Comunista Revolucionario. “Hice algunas marchas, pero después se puso bravo. Fui cuando vino Perón a Ezeiza, fue una matanza mayor de lo que se ve por televisión. Me retiré de la militancia porque varios compañeros fueron muertos y otros desaparecidos”, dice Jorge.
Me trajo unas fotos, publicadas en esta misma nota, y me dijo:
– Ese es látigo Coggi.
– Cuál, le dije yo.
– El que está en el piso.
En esa pelea le rompió una costilla a Coggi, lo tiró en el 4° round y finalmente ganó por puntos. Humilde, explica: “Ahí se veía lo que iba a ser Látigo Coggi, aguantó hasta el final, en ningún momento se entregó y llegó a los 10 rounds conmigo”.
El semblante de su cara, su expresión, no invitan a la pelea. “Uno sale al ring con un aspecto sanguinario. Uno puede ser todo lo manso posible, pero si el otro te mira con esa expresión tenes que mirarlo igual”, me explica mirándome a los ojos un tipo que se le paró a pelear mano a mano a Uby Sacco. Me daban ganas de decirle muchas gracias por todo Jorge, antes que se enoje por lo feo que estaba el mate.
Recorrió varios países y toda Argentina gracias al boxeo. “En algún momento gané buen dinero, más como amateur que como profesional. Me daban el 20% de las entradas, metía 2500 personas en una época que iban 200 a otros lados”, asegura. “Pero hice de todo por el boxeo, nadador, atleta, fui loco por el deporte, pero siempre para el boxeo”, cuenta.
Entre todo eso que hizo, por ejemplo, se tiró en el año 1992 con otros locos hermosos en unas canoas (algunas de ellas están en exposición en el MAHDA ) en el Mato Grosso, Brasil, y estuvieron de travesía marítima durante 5 meses hasta el Río de la Plata. “Todos teníamos una inclinación socialista, y lo hicimos para demostrar que se podía recorrer la zona aborigen sin pedirles ni robarles nada”, explica tranquilo como quien no quiere la cosa.
Un tipazo, uno de esos gustos que te permite el periodismo cuando oficia de excusa para charlar con alguien por el solo hecho de que a uno le parece que vale la pena. Y sigo convencido de que es un tipo que vale la pena conocer y conversar.
Eso sí, no hagan que se enoje.