Murió Videla, no el videlismo
La muerte de Videla en sí no es más que un suspiro, un punto y coma, un dato, un número. Lo que realmente debe permanecer en Facebook, en TV, las radios, Twitter o en la calle es el debate, la reflexión profunda y consciente de las causas que llevaron a ese inclasificable ser a hacer lo que hizo.
En concreto considero que entre otras causas y/o posibles análisis, no debemos desestimar la importancia que tuvo el apoyo y respaldo de la sociedad civil. Respaldo que aún persiste en sectores conservadores e inescrupulosos de nuestra sociedad. Permanece también en la opinión rápida y pseudorebelde de aquéllos que se creen valientes en afirmar que “con los militares estábamos mejor”.
Esas palabras no resisten el menor repaso (mucho menos análisis) histórico de las consecuencias económicas, culturales, políticas y sentimentales que implicó el Proceso de Reorganización Nacional. Pero igual perduran en la actualidad muchos hijos de esa clase media mediocre que en los setenta no quisieron ver más allá de sus narices, charlatanes que actualmente se van de boca con comentarios fachos y son una triste realidad, peligrosa y discutible. Todos ellos requieren mayor precaución y sobre todo memoria (del resto) para evitar posibles nuevos atentados a la libertad de ideas.
Los colegios, por ejemplo, son un ámbito propicio para tratar contenidos históricos de este tipo. Mediante los contenidos, charlas o seminarios los alumnos pueden y deben reflexionar sobre lo que fue, en mi consideración, una etapa negra que oscureció el porvenir de una nación en desarrollo (lento, heterogéneo, descarrilado, erróneo o no, pero desarrollo al fin).
Con lecturas de contenidos audiovisuales de los ´70 o simplemente charlando con cincuentones, sesentones o setentones, uno puede inferir fácilmente que la dictadura no habría sido posible sin el apoyo popular de miles de argentinos, como tampoco el nazismo hubiera sido posible sin el fervor popular pro Hitler.
De todo lo que aconteció entre 1976 y 1983 quedó un sabor amargo, obviamente, pero también quedaron muchos necios. Algunos de ellos con ¿fundamento?, otros por ignorancia pura. También quedaron muchos Videlitas sueltos, muchos cobardes que se ampararían nuevamente en el terrorismo de Estado por conveniencia, por corruptos o porque son incapaces de pensar en una plataforma de ideas que sirva como sustento al desarrollo igualitario de una nación.
Esos, los gusanos ventajeros, ocupan puestos públicos, oficinas privadas, comisarías o son ejecutivos de diferentes empresas. Quedan menos pero quedan, y son esos a los que debemos temerles. Y la mejor arma que tenemos para evitar que refloten es la memoria, la transmisión sistemática a las nuevas generaciones de esos sucesos de nuestra historia reciente que demolieron el sueño de miles de jóvenes.
Los más pibes, como alguna vez fui yo, no deben olvidar ni mucho menos perdonar.
Los no tan pibes tenemos en nuestras manos la libertad de aplicar una condena casi tanto o más dura que la condena penal, la condena social.
Fue necesario descolgar ese cuadro, pero no fue suficiente. Por eso insisto, que si bien los descargos por la muerte de Jorge Rafael Videla sirven para recargar aire en nuestros pulmones, la lucha aún continúa y debe ser eterna. Hace falta más acción, y menos charla. Hace falta más reflexión, y menos discurso. Más América Latina y menos Norteamérica. Más Platón, menos Prozac. Más indagación en las causas profundas de los hechos, y menos soluciones demagógicas y mágicas. Más memoria y menos bla bla.
En las canciones, en los libros, en la calle, en cada acción de la vida debemos tener memoria. Para que no resurjan estos monstruos, para que el autoritarismo no sea una solución.
Para que no se repita nunca pero nunca más.