Publicación pedida: Que el “plasma” no nos impida ver el bosque
Los fríos números dicen que entre el 20 y el 21 de diciembre fueron saqueados 300 comercios en 40 ciudades del país, cifra que se eleva a 500 cuando se agregan locales comerciales que, si bien no fueron saqueados, quedaron expuestos a roturas de vidrios y otro tipo de daños. A quien descrea de esas cifras hay que aclararle que fueron proporcionadas por la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa), entidad dirigida por un señor llamado Osvaldo Cornide que hoy es un entusiasta defensor del “modelo K” como ayer lo fue de Menem y anteayer del Proceso Militar.
Nestor Carlos K (“El” para su viuda y seguidores) debe haberse retorcido en el suntuoso mausoleo santacruceño donde actualmente se aloja. Desde que asumió en 2003 su obsesión fue tener el control de las calles y evitar que le pasara lo mismo que a Duhalde, objetivo en pos del cual se aseguró el apoyo de las organizaciones sociales (vulgo piqueteros) comprando a la mayoría de sus dirigentes con plata y cargos, pero además atándole las manos a las fuerzas de seguridad. Desde entonces cualquiera hace en la vía pública lo que se le canta.
Durante casi una década la fórmula dio resultado, por lo que habría que preguntarse que pasó ahora. El Gobierno como siempre, lejos de aceptar responsabilidades simplemente salió a buscar culpables y lanzar acusaciones irresponsables buscando dañar a sus adversarios políticos. Acorde con ese pensamiento, en las redes sociales los seguidores K (los rentados y los idiotas útiles amateurs) hacían patéticos esfuerzos para demostrar que esos no eran saqueos como los de 1989 y 2001 sino que estos eran “organizados” (como si los anteriores no lo hubieran sido), señalaban la participación de presuntos dirigentes sindicales y repetían hasta la obsesión el tema del robo de “plasmas”, como si ello pudiera ocultar la gravedad de los hechos.
Más allá de esa negación sistemática de la realidad (deporte favorito del kirchnerismo) lo cierto es que por primera vez un gobierno de signo peronista sufre en carne propia este tipo de situaciones. Lo mismo que le hicieron a Alfonsin y a De La Rua ahora lo padecieron ellos. Misterios de la dialéctica y la semántica: aquellos eran “luchadores sociales” estos son “delincuentes organizados”. La diferencia y muy significativa es que en 1989 y 2001 los punteros peronistas arrastraban a la gente y una vez cumplido el objetivo todo volvía a su cauce. Ahora esa herramienta de control social parece ser menos eficaz ante la presencia de sectores marginales -mayoritariamente jóvenes-, que desconocen esa autoridad punteril, lo que tampoco augura nada bueno.
Las sensibles almas kirchneristas están preocupadas, ¿cómo pudo pasarnos a nosotros? se preguntan. Engañados por sus propias mentiras creyeron que era verdad que mientras el mundo se “derrumbaba” la Argentina era joda, que el cuento de la inclusión social y la distribución de la riqueza era cierta, que repartir una computadora aseguraba el acceso a la educación, que los planes sociales o las seudo cooperativas eran puestos de trabajo auténticos. El crujir de las vidrieras rotas o de las cortinas metálicas despanzurradas quizás los saque de su ensoñación. Tal vez comprendan que diez años de tolerar que en las calles se haga lo que se quiera, de alentar a los violentos (y pagarles para ir a ver un Mundial), del insulto permanente al que piensa distinto, de haber “saqueado” a la Democracia vaciándola de contenido no pueden acabar en nada bueno. Quizá logren entender que miles de jóvenes de los estratos sociales mas bajos (crecidos precisamente bajo la dinastía K) no trabajan ni estudian ni hacen cosa alguna, salvo acumular un lógico rencor. Si, ojalá que lo entiendan porque de lo contrario no sería raro que en cualquier momento tengamos una versión corregida y aumentada de lo vivido el 21 de diciembre, el día en que al final no se terminó el mundo… pero empezó a crujir el universo de fantasía creado por el kirchnerismo.
Carlos R. Martinez