Balance: cinco años de CFK (Por Reynaldo Sietecase)
Hace cinco años Cristina Fernández de Kirchner se convirtió en la primera mujer electa presidente por el voto popular. Las otras mujeres que se destacaron en el peronismo no tuvieron esa suerte. Eva no logró someterse al veredicto popular e Isabel Perón llegó a la presidencia en su carácter de viuda del general Perón. Cristina, en cambio, obtuvo poco más del 45 % de los sufragios en el 2007. Reemplazó a Néstor Kirchner en un recambio institucional que, debido la unidad de acción política del matrimonio, operó como una suerte de reelección. Cuatro años después, en 2011, volvió a ganar con el 54 por ciento de los votos. Un año después de aquella “proeza” electoral recibe andanadas de críticas desde sectores de la clase media, una parte del sindicalismo y los medios de comunicación más concentrados. En la última marcha opositora del 8N se escucharon calificativos terribles: “Kretina”, “Yegua” y “Konchuda”, son apenas tres entre un muestrario de insultos. En eso Cristina Fernández y Eva Perón se parecen: despiertan en distintos segmentos de la sociedad notables niveles de adhesión incondicional y, al mismo tiempo, importantes cuotas de un odio visceral.
Al igual que en el mandato de Néstor Kirchner, la primera gestión de la presidenta estuvo marcada por la confrontación. En 2007 asumió prometiendo más institucionalidad y diálogo. Hizo especial hincapié en la educación. Entre sus primeras medidas, creó del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y nombró en el cargo al doctor Lino Barañao, un prestigioso biólogo molecular. Aumentó las partidas para el INVAP, el Conicet y la Comisión de Energía Atómica. Meses después lanzó, con recursos del ANSES, el plan Conectar Igualdad que contemplaba la entrega de tres millones de netbooks con acceso a Internet a los alumnos de escuelas públicas. A esa altura muchos imaginaron un período sin tantas tensiones económicas y políticas. Pero imaginaron mal.
El 11 de marzo de 2008, a instancias del ministro Martín Lousteau, la presidenta firmó la resolución 125 que contemplaba retenciones móviles a las exportaciones de granos y se desató en el país un conflicto sin precedentes con las entidades ruralistas que incluyó un paro de comercialización con piquetes en las rutas, bloqueos y algunos hechos violentos que se extendió por 129 días. Kirchner lo tomó como un desafío al gobierno de su esposa y, sin hacer concesiones, se dispuso a dar pelea. La puja terminó cuando el vicepresidente Julio Cobos votó contra la norma impulsada por el gobierno que, a instancias de la presidenta, había tomado estado parlamentario. El llamado voto “no positivo” terminó por dinamitar la alianza que apenas un año antes los había llevado al poder. Cobos fue calificado de traidor, se empeñó en permanecer en el gobierno en un insólito rol de oficialista/opositor al mismo tiempo y luego de unos meses de gloria, su estrella se apagó.
El revés político de la 125 puede rastrearse, entre otros motivos, en la no segmentación de las retenciones entre grandes y pequeños productores. El gobierno de Cristina Fernández terminó enfrentado a gran parte de sus votantes del interior defendiendo una disposición defectuosa con una tozudez inexplicable. Basta recordar que su fórmula con Cobos había sido derrotada en las grandes ciudades y cosechó la mayor cantidad de votos en los pequeños pueblos y ciudades. La imagen de la presidenta cayó de manera abrupta y su gobierno quedó debilitado. Como si la situación interna no fuera suficientemente complicada, la presidenta tuvo que lidiar con los primeros efectos de la crisis económica mundial y sus coletazos en Argentina.
En noviembre de 2008, la estatización de los fondos de pensión le aportó al gobierno los recursos necesarios para evitar la debacle. La idea fue acercada por el entonces titular del ANSeS, Amado Boudou. Esa propuesta lo catapultaría a la vicepresidencia de la Nación tres años después. En una movida que, propios y extraños, califican como el mayor paso en falso de la mandataria. Boudou quedó implicado en el escándalo Ciccone y su futuro político reducido a cero.
En 2009 el Frente para la Victoria perdió las elecciones legislativas y las mayorías parlamentarias. El conflicto con “el campo” fue el gran lastre. En el peronismo federal comenzó a discutirse un eventual “relevo”. Se hablaba de una “mesa de gobernadores” que pudiera hacerse cargo del gobierno “si Cristina no llegaba a cumplir su mandato”. En el peor momento, una serie de medidas le volvieron a dar impulso a la gestión. La primera fue la Asignación Universal por Hijo. Una idea que habían sostenido el ARI de Elisa Carrió y la CTA. La presidenta la implementó pero obvió cualquier gesto hacia esos sectores.
Luego mandó al Congreso la Ley de Servicios Audiovisuales que sería aprobada con el apoyo de las fuerzas de centro izquierda. Una idea que sus predecesores en la Casa Rosada habían impulsado sin éxito. Luego el Estado Nacional se quedó con los derechos de televisación del fútbol de primera división que estaban en manos de una empresa privada (ligada al Grupo Clarín) y creó “Fútbol para todos”, permitiendo la transmisión por televisión abierta de todos los encuentros. El programa es cuestionado por el uso y abuso de la pauta oficial que se emite en los partidos. Licitar cada año el servicio, la opción más racional y democrática, fue descartada por el gobierno.
En ese proceso de recuperación de la iniciativa política, que fue acompañado por el mejoramiento en las condiciones de la economía, hay que destacar los festejos por el Bicentenario. El 25 de mayo de 2010 una multitud participó de la celebración en la avenida 9 de Julio. Cuentan que esa noche Néstor Kirchner le dijo a su esposa: “ganamos la batalla cultural”. Ese mismo mes, después de un intenso debate, el oficialismo logró la sanción de la ley de Matrimonio Igualitario con el apoyo de diputados de la oposición. Algo quedaba claro, el gobierno nacional había asimilado el traspié de la 125.
El 27 de octubre de 2010, el día en que la población cumplía con el censo nacional, que también fue duramente cuestionado por medios y opositores, murió Néstor Kirchner. El ex presidente sufrió un paro cardiorespiratorio en su residencia del Calafate. Un mes antes había sido sometido a una angioplastia y se le colocó un stent. Los médicos le habían recomendado cambiar su estilo de vida. La muerte de Kirchner puso en vilo al país y otra vez se tejieron infinidad de especulaciones políticas. Mientras tanto por la capilla ardiente montada en la Casa de Gobierno desfilaron miles de ciudadanos y militantes.
El gobierno sintió la ausencia de Kichner pero la oposición también recibió el impacto. El diputado Felipe Solá fue el primero en sincerarse: “La muerte de Kichner cambia todo”, dijo y agregó: “El que muere rodeado del pueblo por algo será, es así, es la verdad”. El peronismo Federal que por entonces buscaba un candidato entre Eduardo Duhalde, Mario Das Neves y Adolfo Rodríguez Saa quedó herido de muerte en su aspiración presidencial. El gobernador Daniel Scioli, la esperanza blanca de peronistas tradicionales, medios de comunicación críticos y opositores varios, expresó su lealtad de manera contundente: “voy a estar dónde la presidenta quiera que esté”, dijo y obturó por un tiempo las especulaciones.
El radicalismo también sintió el cimbronazo. Cobos fue el más insultado por los jóvenes que se acercaron al velorio. Ya no sería candidato a presidente. Mauricio Macri y el Pro quedaron desconcertados. Le atribuyen al publicista Jaime Durán Barba la frase: “Nadie le gana a una viuda”. El pícaro Jorge Asís, explicó a su manera lo que le pasaba a la oposición: “contra él, todos estaban mejor”.
Horas después de la muerte de Néstor Kirchner, no faltaron los periodistas y dirigentes políticos que le indicaron a la presidenta que caminos tenía que seguir. La idea central era que la flamante viuda debía cambiar. “Puede asumir el poder”, señalaron, como si no lo hubiese ejercido nunca. El menú incluía: terminar con la confrontación; amigarse con los grandes medios de comunicación; pacificar el país; acercarse a los grandes industriales y a las entidades del campo. Rosendo Fraga escribió en el diario La Nación: “Ella ahora puede adoptar algunas decisiones que se reclaman, como tomar distancia de Hugo Moyano y terminar con su influencia. (…) Si ella insiste en la línea fijada por su marido, no le será fácil gobernar. (…) Podría conjeturarse que las figuras del poder más vinculadas a Néstor Kirchner, ahora pueden tener menos poder o bien podrían ser apartadas. Por ejemplo, Cristina tiene la oportunidad de reemplazar a funcionarios cuestionados, como Guillermo Moreno” (…). El director del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría finalizaba diciendo: “La continuidad institucional no está en riesgo en la Argentina, pero puede estarlo la gobernabilidad en el tramo final del mandato de Cristina”.
La presidenta había perdido no sólo a su compañero de vida sino también a su principal socio político y a un gestor full time. En dos actos públicos sucesivos dejó en claro que no estaba dispuesta a cambiar su manera de gobernar. En Córdoba aseguró que era “hermoso recordar a los que ya no están y darse cuenta de que estaban en lo correcto” y también anticipó que participaría en forma directa del armado político y fijaría la estrategia electoral.
El único vaticinio de Fraga que se cumplió fue la ruptura con Hugo Moyano. Las batallas de esa guerra se desarrollan todavía. El 19 de diciembre próximo, Moyano con Pablo Micheli y Luis Barrionuevo de socios marcharán a Plaza de Mayo. Se cumple el mandamiento matemático: “enemigo de mi enemigo, amigo mío”. El gobierno hizo lo propio acercándose a los llamados Gordos de la CGT a quienes cuestionaba por su menemismo explícito. Es difícil saber si con Néstor Kirchner vivo las diferencias con el camionero su hubiesen superado de otra manera. Moyano, ante sus íntimos, dice que sí.
Por lo demás, después del triunfo electoral del 2011 la presidenta redobló su apuesta. Entre otras cuestiones propició la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central; decidió la expropiación del 51 por ciento de acciones de YPF y lanzó el Plan Procrear y otras medidas destinadas a la construcción de viviendas. Un intento de paliar la crisis con medidas llamadas contracíclicas. Propuso también una sintonía fina en tarifas y subsidios que luego abortó. También dispuso clausurar la compra de dólares. Una medida destinada a parar la fuga de divisas pero rechazada por gran parte de la clase media. Que los argentinos no ahorren en dólares es como pedirles que no discutan de fútbol.
Con el 54 por ciento de los votos como respaldo, mayoría en las cámaras legislativas y respaldo de los gobernadores, endureció aún más su discurso. Profundizó la confrontación con la prensa y, en especial, con el grupo Clarín. El profesor Ernesto Laclau, uno de los intelectuales a los que lee con más atención, le brindó sustento teórico: “Los medios se han transformado en el principal partido opositor”. Para Laclau la ausencia de una alternativa opositora creíble en Argentina potencia el rol de los medios y periodistas en la disputa política. La presidenta respondió haciendo uso, y abuso, de la cadena nacional (catorce veces en diez meses) y calificando a los medios que la critican como la “cadena ilegal del desánimo y el temor”. Está claro que la aplicación de la ley de Servicios Audiovisuales es, para el gobierno, la madre de todas las batallas. Nombró como titular de la autoridad de aplicación a Martín Sabbatella, quién pone en juego su prestigio ante una parada compleja: hacer cumplir la ley “sin mirar a quien”. Lo contrario no sólo sería un error político, también una traición a quienes apoyaron la norma como la mejor manera de terminar con la ley de la dictadura.
A esto hay que sumar el revés judicial que postergó la aplicación de la Ley de Servicios Audivovisuales y la nueva andanada lanzada por la presidenta contra lo que denominó “la corporación judicial”. Algo es cierto, hay demasiados jueces maleables en la Argentina. Hay algo positivo: la Corte Suprema se escapa de cualquier sospecha y será la que determine la viabilidad de una ley que tiene antecedentes en otros partes del mundo. En esto también la impaciencia puede ser mala consejera. El fallo de primera instancia es inminente y apuntará a la constitucionalidad de los artículos cuestionados por el Grupo Clarín. Más temprano que tarde, con sus errores y aciertos, la ley será una realidad. En tanto la demora en la aplicación de otros artículos de la norma durante estos tres años y la flexibilidad demostrada ante las propuestas de desinversión de los grupos que se avinieron a entregarlos, no tiene justificación seria.
En el último mes, Cristina Kirchner, tuvo que enfrentar tres manifestaciones críticas. Una masiva movilización con eje en la clase media porteña. La marcha del 8 de noviembre fue convocada por las redes sociales y alentada dirigentes opositores. Los reclamos fueron muy dispares: quejas por las restricciones a la compra de dólares, rechazo a la inflación, la inseguridad, contra la reforma constitucional, la corrupción y la inseguridad, entre otros temas. Luego, el 20 N, un paro organizado en conjunto por la CTA opositora y la CGT de Moyano que con piquetes y bloqueos paralizaron a la Capital Federal. En este caso los planteos fueron más claros: extensión de asignaciones familiares y suba del mínimo no imponible. Y para finalizar el mes, los Obispos adelantaron el tradicional documento de Navidad para hacerlo coincidir con el 7D y reclamaron por la libertad de expresión y el peligro de caer en “divisiones irreconciliables”. Cosecharon el repudio de los sacerdotes de base, pero consiguieron una audiencia con la mandataria.
Entre el ninguneo y la apología de las protestas hay un camino que cualquier dirigente democrático debería ensayar. Escuchar las voces de la calle no implica conceder. En especial cuando algunos de los reclamos calan hondo en la misma base electoral del gobierno. Por lo pronto, la presidenta fue fiel a su naturaleza: “es difícil contentar a todos cuando se toman decisiones”, dijo. En lo inmediato no hay que esperar grandes cambios. Mientras tanto, la afirmación de Beatriz Sarlo debería llamar a la reflexión a la oposición: “detestar al kirchnerismo no produce política”.
Se cierra un año complicado, el quinto en el poder. Impensado desde la euforia electoral del 2011. El kirchnerismo pasó muchas veces de la algarabía al abismo y viceversa. Logró concitar la mayor adhesión popular cuando los temas que puso a consideración coincidieron con los reclamos de la mayoría de la sociedad. No equivocar el contenido de esa agenda es clave para que la presidenta pueda transitar los años que le restan de mandato sin presiones. Superar las dificultades que plantea una economía que enciende luces de alerta y domar la inflación, están entre los otros desafíos.
En el frente político lo más complicado es la ausencia de un candidato a la sucesión. Para Cristina Kirchner la re reelección es sólo una tentación, no una tentativa. “La Constitución no me permite otra reelección. No se trata de lo que yo quiero, sino de lo que yo puedo o debo”, explicó en Harvard. Una reforma constitucional sólo podría concretarse con el acuerdo de dos fuerzas políticas como ocurrió en 1994, dadas las mayorías agravadas que prevé la Carta Magna para su modificación. A diferencia de lo que hizo Lula en Brasil, que preparó al detalle su relevo, incinerado Boudou, la presidenta no tiene un delfin para el 2015. Todavía hay tiempo aunque no será una tarea sencilla. Nada en política lo es. Cristina Fernández lo sabe como pocos.
Fuente: http://noticias.ar.msn.com