«El último septiembre triste»
Hace pocas horas, el grupo La Galeano de reciente conformación, se expresó públicamente en contra de la elección de la reina del estudiante y del «mariposón», dos certámenes que son tradicionales en las fiestas de los estudiantes y que en el primero de los casos selecciona a una joven por su belleza, elegancia o simpatía para ser designada soberana de los estudiantes; en el segundo, es un certamen en el que los jóvenes postulantes visten ropas de mujer, en una parodia que ridiculiza no a las mujeres, sino a los trasvestidos.
Sobre el tema se generó un debate que, sin dudas, algún día verá como resultado la finalización de esta tradición, pero por el momento aparentemente continuará.
Los motivos por los que las jóvenes no deberían ser expuestas en traje de baño y seleccionadas como si se tratara de objetos es demasiado obvia, más tratándose de menores. En el segundo de los casos, Matías Goyohaga ha escrito un texto por demás esclarecedor sobre las desagradables situaciones que padeció en su juventud y que justifican el fin de la elección del mariposón. Se trata de una reflexión profunda sobre su experiencia personal y que debería hacer pensar a las autoridades de las escuelas y de los Centros de Estudiantes:
El último septiembre triste.
Publicado por MATÍAS GOYOAGA el 21 SEPTIEMBRE, 2017
– ¡Che, qué tanta vuelta! Yo no lo voy a hacer, si con este puto ganamos seguro – dijo la cabecilla del grupo del fondo. – Hey, vos, puto, el sábado nos vas a hacer ganar eh. Vas a ser nuestro mariposón – agregó, entre risas, mientras chocaba los cinco con el que lo segundeaba en jerarquía grupal.
Ese fue el último septiembre triste que escuché. Sí, porque como cada año, yo no tenía nada para festejar. La primavera, el estudiante, la marica, el puto, lo trolo. De todas maneras, septiembre sólo incrementaba un poquito más el sufrimiento, como cada viaje que el colegio organizaba o las infinitas horas de educación física, donde me obligaban a ponerme en frente del arco a recibir pelotazos crudos, llenos de odio y de risas. Septiembre saluda sin piedad a la estación más gris del año para recibir la calidez, los colores, la esperanza. En aquellos años, donde el guardapolvo vestía un cuerpo obligado a disimular expresiones “raras” para el resto, septiembre no pudo modificar nada. Ni los colores, ni la frialdad, ni los tonos grisáceos de una época espantosa de mi vida.
Si algo aprendí en esta última década vivida es que la escuela sólo te da dos alternativas mutuamente excluyentes: seguir viviendo o morir, pero ninguna de estas son elegibles, sino que al que le toca, le toca. A mí me tocó la primera y aún sigo agradecido por ello. Pero no me basta el gracias como tampoco el perdón de los otros y es por tal motivo que decidí redactar esta nota, sin ningún fin más que la reflexión, el cambio y la oportunidad.
La escuela, aquella segunda casa que no elegimos pero que resulta imprescindible habitar, nos empodera o nos destruye. Una escuela que hoy, después de años de lucha, logró incorporar – al menos – un concepto ya conocido y devaluado por muchos de nosotros: el bullying. Esa palabra extranjera que seguramente desconozcamos su traducción literal, pero que inevitablemente, nos personifica. Algunos como víctimas, otros victimarios y, en la mayoría de los casos, como cómplices. Esta misma escuela – pisoteada y bastardeada – que hoy, bajo presión, comienza a hablar de discriminación en esas aulas testigo de tanto sufrimiento para algunos, es la misma que celebra, aplaude y sonríe – cómplice – con el alumnado, la elección del mariposón; esos jóvenes disfrazados de mujer, moviendo sus caderas de un lado para el otro, enrulándose esas pelucas de plástico desteñidas, calzando un zapato más chico que su vergüenza. Como cada 21 de septiembre, la escuela pública, laica y obligatoria, esa que se constituyó para formar personas, contener seres humanos y prepararlos para un mundo con ciertas complicaciones, convoca a esos alumnos “valientes” a ridiculizar y pisotear aún más a la comunidad LGBT. Porque sí, todos sabemos que el mariposón no imita a una mujer, sino al puto, trolo, carolo y afeminado de su compañero de clase. A ese que no sólo tiene que esperar a la fiesta del estudiante para sentirse excluido y apartado porque ya lo hicieron antes, desde que la conciencia se constituyó y el sistema los aplaudió en cada burla, insulto, golpe y homicidio. Una palabra que les puede sonar un tanto fuerte y descabellada en este relato, pero que con tan sólo googlear “suicidios por bullying”, nos va a acercar a un número escalofriante y a una carátula completamente descabellada. Porque quien se suicida por acoso y hostigamiento, no lo hace por un llamado de atención, sino por un apriete psicológico inducido por un grupo de seres humanos que actúan en plena conciencia, para reivindicar ese “macho” que tanto demanda esta sociedad.
Sí, seguramente este loco por hacer tantas analogías disparatadas y exagerar cada situación que estoy describiendo. Claro que sí. Aún siguen queriéndome convencer de que los locos somos los minoritarios. Los que debemos aceptar y callar para pertenecer y formar parte. Pero no, porque tal como dije cuando comencé este texto, esta escuela incoherente, que no sólo celebra al mariposón del año sino también a su reina semidesnuda desfilando por una pasarela con quince años, en un país donde la trata de personas es moneda corriente y la cosificación de la mujer es algo ya natural, te sigue dando dos alternativas: seguir viviendo o morir y mi responsabilidad, como afortunado sobreviviente que soy, es al menos, intentar la relfexión, el cambio y la oportunidad.
Dicho todo esto y guardando un sinfín de desagradables experiencias en mi almacén sensorial de información; ¿cúan necesario es seguir celebrando la elección del mariposón del año, en un mundo donde ya los homosexuales somos perseguidos, hostigados y ridiculizados? Ya no hablo sólo como autor del libro “Y por qué no…” que intenta combatir la discriminación en todas sus aristas, sino como víctima, persona y humano.