Nunca escupas para arriba
La libertad de exposición, opinión y demás acciones que permiten las redes sociales sin duda reconfiguraron muchas de las prácticas que años atrás estaban circunscriptas al ámbito de la privacidad. Hoy por hoy, la privacidad se comparte. Compartimos momentos de nuestra vida diaria, el crecimiento de nuestros hijos, logros, decepciones, humor, inteligencia y también nuestro modo de ver las cosas. O sea, opinamos.
Hasta ahí me parece que está todo bien. ¿Pero qué pasa cuando la opinión es sobre alguien que tiene nombre y apellido? ¿Estamos opinando o estamos juzgando a nuestro antojo? Si juzgamos a un vecino con la medida de nuestra propia razón, tenemos que estar preparados para que otros nos juzguen a nosotros con la medida de su propia razón, y así sucesivamente. O sea, una red de prejuicios y juzgamientos 2.0 que habilita a que todos seamos jueces de la vida de los demás.
No coincido. No podemos creernos tan ejemplares como para arrogarnos el beneficio (¿beneficio?) de salir a decir lo que pienso de la forma privada de desenvolverse en la vida que tiene cada una de las personas que conocemos. Con Facebook, Twitter o Instagram todos nos creemos jueces de la vida de los demás. Ahora, ¿estamos preparados para qué juzguen también nuestras vidas, con sus errores y aciertos? Y aún si estamos preparados o bien si nos bancamos que otros opinen sobre lo que hacemos, en qué vamos a convertir el uso de las redes. Por el camino que vamos, por lo que se lee, las redes sociales van camino a ser una guerra civil cibernética. Creemos que vamos de frente pero estamos protegidos por cuatro paredes que nos incitan a hacer público en la web lo que de ninguna otra forma diríamos.
La modalidad del escrache fue implementada en Argentina por la agrupación H.I.J.O.S. Eran ciudadanos que protestaban frente a las casas de ex militares partícipes del Proceso se Reorganización Militar por los abusos y desapariciones de sus familiares y seres queridos durante el último gobierno de facto. La impotencia y la falta de herramientas para acceder de igual a igual ante la justicia los empujó a escrachar socialmente a los genocidas y los cómplices de la desaparición forzada de miles de argentinos. “Si no hay justicia, hagamos que el país sea su cárcel”, era el lema de los militantes de H.I.J.O.S. El escrache era utilizado para mostrar a la sociedad quienes eran asesinos o habían permitido el robo sistemático y organizado de bebés. Vaya diferencia, ahora escrachamos hasta a los que venden empanadas de menor tamaño, a quienes se compran un auto, a quienes se van de vacaciones y a quienes infringen una norma, Ley u Ordenanza adentro de su casa.
Hoy, con las redes, los escraches están al alcance de todos. Porque los ejecuta una sola persona consciente de que será leída por miles de personas y eso la envalentona. El punto es que las causas que creemos justas e irrefutables se nos pueden volver en contra. Algo así como escupir para arriba. Porque si vamos a escrachar al que tiró petardos, al que abandonó un perro, al que maneja borracho o al que no es del todo eficiente en su trabajo, por citar algunos ejemplos, entonces debemos estar preparados y bancarnos que nos paguen con la misma moneda.
Lectores, seamos sinceros y autocríticos. ¿Nunca jamás usamos el celular cuando manejamos? ¿Nunca tomaste dos o tres copas de vino y luego subiste al auto? ¿Nunca festejaste con pirotecnia? ¿Nunca pasaste un semáforo en rojo? ¿Nunca tiraste un papelito a la calle? ¿Nunca cometiste un error en tu trabajo?
¿Siempre fuiste un vecino ejemplar, el mejor padre de familia, el mejor amigo, el mejor hijo?
Yo creo que todos tenemos un muertito en el placard, por eso al momento de arrojar la primera piedra tenemos que ser conscientes que del otro lado pueden atacar también y convertir nuestra vida social en una guerra virtual de acusaciones. Para cada delito o infracción hay un mecanismo de reclamo en una institución adecuada. Si funciona o no ese es otro tema. Pero el escrache como forma de manejarse en la vida me parece un error conceptual, un camino equivocado que tiende a ser circular y volverse en tu propia contra.