Alma de cantor, uñas de guitarrero
El Pollo Ferreti tuvo su noche en la Vasca y la rompió toda
Como cuando jugaba a la pelota, así. Porque El Pollo jugaba a la pelota, eso de jugar al fútbol es para tipos apegados a reglas y esquemas. El Pollo en el lugar de la cancha que le indicasen jugar era la misma cosa con las mismas mañas, rebelde, pero rebelde bien, de querer patear tableros creyendo en su modo. Y jugaba de oído, sin método. Como con la guitarra, como con el canto. Como el sábado en la Taberna haciéndose cargo de show tan personal como él mismo. En el que cantó y tocó y dijo y todo lo hizo como y cuando debía hacerlo determinando una presentación prolija, amena sin grandilocuencias ni estridencias innecesarias.
Apoyado en un repertorio que definió como “Mis Ideales”, Ferreti desnudo creencias y una forma de estar en el mundo que no siempre puede expresarse en hechos y palabras. Y por eso la música se transformó en un puente indispensable para que pueda verse al hombre preocupado por las cuestiones sociales, el hombre que ama, al hombre preocupado y ocupado por el mundo en el que crecerá su hijo. Y para todo eso valió de zambas y chaceras. Y el rock también lo tuvo a mano y el tango también. Y en cada caminó que eligió pisar dejó su huella, porque el Pollo Ferreti tiene una marca personal, una manera que no es de nadie más aunque a veces aparecen rasgos que remiten a otras voces y otros gestos, son apenas los cimientos sobre los que construyó su estilo. Ese que deja sin argumentos a un profesor de conservatorio y estira hasta el límite un asado que busca cortar la semana. En ese mundito conviven los Atahualpa, Piazzola, Larralde y Nebbia. Las vidalas, las chamarritas y las milongas. Y el rock también. Y un tango ¿por qué no?
La primera parte del set incluyó “La Primaveral”, “Los ejes de mi carreta”, “Luna cautiva”, “Pájaro campana”, entre otras y cerró con una creación propia con bajada de línea en clave de humor y “El Mensú” de Ramón Ayala.
Para la segunda parte volvió con “El rey lloró”, una perla del rock argentino e insistió con Lito Nebbia haciendo una versión chacarerosa con matices funk de “La Balsa”. Entonces pintó el blues y después un costadito romántico con la “Tonada del viejo amor” y “El regreso a la tonada”. Para el final llegaron los amagues chalchaleros dilatando una despedida que nadie quería. Entonces cayeron casi por decantación “El arriero”, “El olvidao”, “Merceditas” y “La Oma”. Desde ahí fue una seguidilla de bonus track, una celebración tras otra que incluyó “Dos extraños”, “Dejame que me vaya”, “El Corralero” y ahí nomás, apenas dejando espacio para el suspiro, “Mi viejo”. Y entonces el aplauso que lo coronó todo, la devolución a tanta generosidad, la de cantar lo que se siente, la de tocar como se vive, como en la cancha, como cuando jugaba a la pelota.