Pitu, ayer, hoy y siempre (Por Diego Amaya)
Debe un periodista o quien trabaje como tal, valerse de los recursos que la profesión provee para no lanzarse en un comentario que en pleno vuelo lo deje sin las alas de la veracidad. Pero a veces, debe también un trabajador de la comunicación seguir una pulsión del corazón, un latir que lo movilice, que lo espante, lo perturbe. Que lo interpele y lo obligue. Y si es necesario, estrellarse.
Embarullado detrás de esa dualidad que, en verdad, no lo es tanto, suele estar quien debe informar con conocimiento de causa pero también quién tiene la necesidad de arremeter empujado por el instinto.
Todo esto para decir que capaz meto la pata, cosa que evitaría con un par de llamados telefónicos que me mantengan a reglamento con mi labor. Pero, por otra parte, estaría fusilando la curiosidad más primitiva, Porque ahora que lo menciono, no es en este caso el interés por compartir una certeza lo que me mueve, sino una duda. Una pregunta al aire.
Hoy Brown y Obras hicieron un mal partido. Casi nada de lo que intentaron salió bien y el juego se hizo deslucido. Es cierto que los dos están apostando por los pibes como una intención de sobrellevar el recambio generacional inminente en ambos clubes pero también como una respuesta a las ausencias importantes que jerarquizan el equipo aunque, hoy, no aseguran nada. Brown festejó el triunfo por necesario para salir de la mala racha y también porque significó pelear la clasificación hasta la última fecha (los otros dos resultados lo dejaban prácticamente afuera) y a su vez la eliminación de Obras que se quedó sin chances de acceder a los play off. Hasta ahí, datos estadísticos irrevocables.
Pero no es ahí donde voy. En ese contexto de caras jóvenes y de ausencias hay una que me hace ruido, que me hace picar las manos, que me pone a escribir. Hoy no jugó Pitu Lette. No formó parte del plantel citado, ni siquiera estuvo en la cancha o al menos yo no lo vi. Pregunté por él, siempre me gusta saludarlo y que me salude y un compañero suyo que tampoco estaba en cancha dijo que había prometido estar en la tribuna, pero parece que falló.
No es necesario que yo cuente quien es Pitu para este fútbol en general y lo que representa para Obras en particular. Él se ha encargado de dejar eso bien claro. Mostró credenciales cada vez que fue necesario y otras más también. Pero si hace falta mi opinión, considero que es el mejor jugador de esta Liga desde el 2003 hasta hoy, incluso. Y uno de los más influyentes en la historia de un Club. Y el único ídolo. Pitu es ídolo. Es tatuaje en la piel del hincha, es póster en alguna pared. Es el emblema que, desde el renacer de La Liga, Brown, Palermo, Sanfra y Huracán no tienen y Villa está encontrando en Pardo. Es la bandera futbolística, la identidad. Es la mayor razón de celebración. Es la belleza, la pertenencia. Ese es Pitu. Y lo será siempre. Porque estos tipos resisten al olvido con naturalidad, sin hacer esfuerzo.
Pero hoy no estuvo pudiendo estar. Debiendo estar. Porque Pitu como ningún otra jugador en la rabiosa actualidad de este fútbol está mas allá del gusto del técnico de turno y los planes de una comisión directiva. Si él quiere jugar su presencia no puede depender ni de la táctica ni la estrategia, ni los caprichos ni los pizarrones. Tiene que jugar y ya.
Y cuando no quiera hacerlo más, cuando él diga «no juego más», deberá Obras y el resto de los clubes rendirle pleitesías y homenajes constantes sin caer en la solemnidad pelotuda. Hablo de abrazarlo y de hacerle saber que lo queremos y que lo vamos a extrañar. Deberá, de verdad, el fútbol como institución mimarlo, llamarlo para ver si durmió bien y preguntarle si necesita algo. Porque sólo así vamos a poder estar a mano con él. O casi.