Publicación pedida: De pajarracos argentinos y pajaritos venezolanos
De pajarracos argentinos y pajaritos venezolanos
Debido a mi convencimiento de que las notas extensas espantan al lector (o quizá de puro haragán), no me gusta escribir artículos que vayan más allá de los 4.000/4.500 caracteres o espacios de máquina. Lo que de por sí es una limitación para escribir una nota se complica si, como ha ocurrido en los últimos días, surgen distintos temas dignos de ser analizados. Ante la imposibilidad de elegir una de ellos he aquí lo que puede considerarse un “salpicón” de la actualidad argentina y americana, o en su defecto una mini agenda de temas para desarrollar luego con más tiempo.
“El Cuervo” y los buitres camporistas
De La Campora ya sabíamos que son los “nenes de papá Máximo” y “mamá Cristina”; que se han infiltrado en los distintos estamentos de la administración pública y copado la conducción de empresas estatales donde “curran” a cuatro manos. Sabemos también que su militancia es absolutamente rentada (dicen que por estos pagos hay algunos) y que los que menos cobran andan en las seis o siete lucas mensuales, amén de otras prebendas. Lo que no podíamos saber es que iban a caer tan bajo y aprovecharían la desgracia de miles de argentinos afectados por las inundaciones para -a fuerza de prepotencia y con la bendición presidencial- apoderarse de las donaciones que generosamente y sin distinción de colores políticos realizaron millones de argentinos, repartiéndolas como bienes propios.
Justicia para pocos (o la domesticación de la Justicia)
Aunque se queden en puro eslogan en la Argentina hay o hubo “Merluza para todos”, “Plasmas para todos” ó “Bicicletas para todos”. No menos falsa es la actual promesa de “democratización de la Justicia”, un conjunto de leyes que los serviles legisladores oficialistas aprobarán dentro de unos días. Claro que lejos de lo prometido esta no será una “Justicia para Todos” sino para unos pocos, más exactamente para quienes ostentan el poder y sus allegados, quienes así –al margen de dejar a la intemperie al ciudadano común- podrán perseguir tranquilamente a los opositores, cumplir el sueño de perpetuarse en el poder y mantenerse impunes de todas las tropelías cometidos en estos diez nefastos años de kircherismo.
¡Lazaro, levantate y lava!
Traducidos a personas veinte puntos (y pico) de rating significan algo más de dos millones de espectadores. Esa es la cantidad de gente que vio el domingo la apertura del nuevo ciclo de Jorge Lanata en Canal 13 y los que, azorados, angustiados y entristecidos contemplaron como un pendejito canchero de algo más de veinte años hacía gala de la impunidad con que actuó para enviar al exterior algo así como 50 millones de euros que pertenecerían al señor Lazaro Baez, a quienes las malas lenguas señalan como el testaferro de los Kirchner. Elisa Carrió presentó ya la denuncia ante la Justicia, denuncia que posiblemente por algún complot destituyente no recayó en Oyarbide, pero eso no es nada que no pueda arreglarse con un llamadito telefónico.
Siete millones de zombies…y un pajarito
Por el canto de una uña (y quizá fraude mediante) Nicolás Maduro ganó las elecciones en Venezuela. El tema admite al menos dos lecturas: la primera, que para un candidato que contó con el abrumador apoyo del aparato Estatal ganar por apenas 250.000 votos es casi una derrota; la segunda lectura lleva a preguntarse cuál es el grado de extravío de una sociedad para que algo más de 7 millones de personas hayan podido votar a un personaje que –para ser suave- puede ser considerado como lamentable.
Y mientras cosas así ocurren (y vaya a saber las que vendrán luego) van pasando las semanas y nos acercamos al aniversario de los treinta años de Democracia en la Argentina. Pienso en esa fecha y me asalta la duda respecto a las condiciones en que festejaremos ese acontecimiento ¿Lo haremos como integrantes de un pueblo digno que finalmente puso limites a los atropellos de sus gobernantes, o como ese ejercito de zombies venezolanos que votaron al hombre del pajarito? No le digo mi opinión por tres razones: porque ya agoté el espacio, porque tengo que mandar la nota al diario… y porque no le quiero contagiar mi pesimismo.
Carlos R. Martinez